Jumilla acogedora.
La reciente decisión de la alcaldesa de Jumilla de prohibir el uso del polideportivo municipal
para la celebración de fiestas religiosas musulmanas ha generado un intenso debate.
Comparto plenamente su postura: considero que un espacio público de estas características
debe destinarse a actividades deportivas o a otros eventos que el ayuntamiento considere oportunos.
Además, la medida forma parte de un acuerdo con el partido VOX, que defiende la preservación
de las costumbres locales, profundamente ligadas a las raíces cristianas del municipio, para evitar
un cambio progresivo en la mentalidad de la población.
El gobierno central ha reaccionado con contundencia, al igual que la vicepresidenta, Yolanda Díaz, quien ha acusado a la alcaldesa de actitudes racistas y excluyentes. Sin embargo, no puedo evitar
señalar la contradicción: en su etapa como teniente de alcalde de Ferrol, prohibió durante
más de diez años la realización del pregón de Semana Santa en instalaciones municipales.
Hoy habla de igualdad y libertad religiosa, pero sus acciones pasadas cuentan otra historia.
Según la perspectiva desde la que se mire, esta decisión puede verse de formas muy distintas:
Cristiano practicante: la percibe como una defensa de tradiciones que considera amenazadas
por la baja natalidad y por el crecimiento demográfico de comunidades con costumbres distintas,
Cristiano practicante: la percibe como una defensa de tradiciones que considera amenazadas
por la baja natalidad y por el crecimiento demográfico de comunidades con costumbres distintas,
como las familias musulmanas, que suelen tener tres a cinco hijos por mujer.
Cristiano no practicante: valora las celebraciones como parte del patrimonio cultural más que
como actos de fe, pero teme que se pierdan manifestaciones como la Semana Santa o la Navidad.
Ateo: probablemente le resulte indiferente, salvo que la situación afecte a su vida privada o
a su propiedad.
Musulmán: puede ver en esta polémica una oportunidad para visibilizar posibles discriminaciones
y reforzar su posición social, contando con el apoyo de sectores sensibles a la defensa de las minorías.
La Iglesia Católica, fiel a su doctrina, se pone del lado de quienes sufren discriminación y defiende
la libertad religiosa. No obstante, su influencia en la sociedad disminuye: cada vez hay menos
fieles practicantes, mientras aumentan los divorcios, los abortos, el abandono de la fe y la caída
de la natalidad.
Aquí surge la gran paradoja: muchos cristianos no cuidamos de nuestras propias tradiciones ni
vivimos de acuerdo con el humanismo cristiano que decimos defender. Ese vacío lo ocupan
otras comunidades, que además muestran una natalidad muy superior y costumbres que
personalmente rechazo: la desigualdad hacia la mujer, la ablación femenina,
los matrimonios de conveniencia, el rechazo a la cultura europea y a ciertas costumbres
gastronómicas y festivas.
En las dos últimas décadas, la fisonomía de Jumilla ha cambiado profundamente.
Hoy es común ver en sus calles a personas procedentes de África, Marruecos o
Sudamérica, muchos de ellos trabajadores honrados que han reemplazado a los jóvenes españoles
que emigran en busca de estudios o mejores oportunidades. Esta mano de obra mantiene
viva la economía local, especialmente en la vendimia y la recogida de fruta. Sin embargo,
la integración cultural es escasa: no hay intercambio, no hay fusión. Y cuando no hay integración,
las tradiciones locales se debilitan y, con el tiempo, corren el riesgo de desaparecer.
Si un pueblo no protege lo que es, acaba siendo lo que otros quieren que sea.
Francisco Amós Tomás Pastor
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