El legado doctrinal de Benedicto XVI.
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Benedicto XVI durante una vigilia en Fátima, Portugal, el 12 de mayo de 2010. CC: M. Mazur
A lo largo de su pontificado, Benedicto XVI ha dejado una serie de líneas maestras, enseñanzas y hasta expresiones que han calado en la vida de la Iglesia. Son ideas madre que han inspirado también decisiones concretas y que el Papa ha intentado inculcar a los católicos y también en sus relaciones con el mundo externo. Destacamos algunas de estas contribuciones.
“Fe y razón se reencuentran de un modo nuevo”
La idea de que fe y razón se necesitan ha sido una de las más recurrentes en el magisterio de Benedicto XVI, de modo especial en su discurso en la Universidad de Ratisbona en 2006. Allí abogó por “ampliar nuestro concepto de razón y de su uso”, para evitar la ceguera de la razón ante los criterios que le dan sentido. “Solo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizontes en toda su amplitud”. A su vez, la fe necesita el diálogo con la razón moderna.
También en el encuentro con el mundo de la cultura, en París, en el Colegio de los Bernardinos, en 2008, volvería sobre este tema: “Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios, sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves”.
“La dictadura del relativismo”
En la homilía que pronunció en la Misa al comienzo del cónclave, como Cardenal Decano, apareció ya la expresión “dictadura del relativismo”, que posteriormente se haría célebre.
“Cuántas doctrinas hemos conocido en estas últimas décadas, cuántas corrientes ideológicas, cuántos modos de pensar… (…) Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es constantemente etiquetado como fundamentalismo. Mientras el relativismo, es decir el dejarse llevar ‘de aquí hacia allá por cualquier viento de doctrina’ [Ef. 4, 14], aparece como la única aproximación a la altura de los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el yo y sus deseos”.
“Nosotros, en cambio, tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Él es la medida del verdadero humanismo. ‘Adulta’ no es la fe que sigue las olas de la moda y la última novedad; adulta y madura es la fe profundamente radicada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo aquello que es bueno y nos da el criterio para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre engaño y verdad”.
Durante su pontificado, ha repetido muchas veces que el hombre es capaz de la verdad y debe buscarla. La verdad necesita criterios para ser verificada y debe ir unida a la tolerancia. Pero el peligro hoy día es que “en nombre de la tolerancia se elimine la tolerancia”. Por ejemplo, declaraba en el libro Luz del mundo, “cuando en nombre de la no discriminación se quiere obligar a la Iglesia católica a modificar su postura frente a la homosexualidad o a la ordenación de mujeres, quiere decir que ella no debe vivir más su propia identidad y que, en lugar de ello, se hace de una abstracta religión negativa un parámetro tiránico al que todo el mundo tiene que adherirse”.
Vaticano II: “La hermenéutica de la reforma”
El modo de entender el Concilio Vaticano II ha sido uno de los temas cruciales de las tensiones en la Iglesia, y algunos han visto una disparidad entre un Ratzinger “liberal” durante el Vaticano II y un Benedicto XVI conservador. El Papa quiso aclarar la “justa interpretación del Concilio”, su hermenéutica, en el discurso que dirigió a la Curia en su primer año de pontificado.
Contrapuso allí la “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura” y la “hermenéutica de la reforma”. La primera, “que con frecuencia se ha valido de la simpatía de los medios de comunicación, y también de una parte de la teología moderna”, “corre el riesgo de acabar en una ruptura entre la Iglesia preconciliar y la Iglesia postconciliar”. Según ella, “no habría que seguir los textos del Concilio, sino su espíritu”, ya que “los textos reflejarían sólo de manera imperfecta el verdadero espíritu del Concilio y su novedad, sería necesario ir audazmente más allá de los textos”. Para el Papa, esto “deja espacio a toda arbitrariedad”.
En cambio, la hermenéutica de la reforma se basa en lo que proponía Juan XXIII al comienzo del Concilio: “Es necesario que esta doctrina cierta e inmutable, que debe ser respetada fielmente, se profundice y presente de manera que corresponda a las exigencias de nuestro tiempo”. Para Benedicto XVI, el Concilio buscaba esta “síntesis de fidelidad y de dinamismo”, de manera especial en tres ámbitos: definir de manera nueva la relación entre fe y ciencia moderna; entre la Iglesia y el Estado moderno; entre la fe cristiana y las religiones del mundo.
“El Concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y algunos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó e incluso corrigió algunas decisiones históricas, pero en esta discontinuidad aparente mantuvo e hizo más profunda su naturaleza íntima y su verdadera identidad. La Iglesia, tanto antes como después del Concilio, es la misma Iglesia una, santa, católica y apostólica, en camino a través de los tiempos”.
Nueva evangelización: “Redescubrir la alegría de creer”
Ante las dificultades que encuentra la fe en una sociedad secularizada, Benedicto XVI ha lanzado una propuesta audaz de nueva evangelización, para lo cual ha creado un dicasterio especial en el Vaticano y ha convocado un Año de la Fe. “El término ‘nueva evangelización’ –dijo en el discurso dirigido a este organismo– recuerda la exigencia de una modalidad renovada de anuncio, sobre todo para aquellos que viven en un contexto, como el actual, donde los desarrollos de la secularización han dejado graves huellas incluso en países de tradición cristiana”.
“La nueva evangelización deberá encargarse de encontrar los caminos para hacer más eficaz el anuncio de la salvación, sin el cual la existencia personal permanece contradictoria y privada de lo esencial. También para quien sigue vinculado a las raíces cristianas, pero vive la difícil relación con la modernidad, es importante hacer que comprenda que ser cristiano no es una especie de vestido que se lleva en privado o en ocasiones particulares, sino que se trata de algo vivo y totalizante, capaz de asumir todo lo que de bueno existe en la modernidad”.
En el documento en que convocaba el Año de la Fe, Benedicto XVI hacía un llamamiento a favor de “una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”.
Necesidad de conversión en la Iglesia
Su amor a la Iglesia no le ha impedido reconocer los males que era necesario rectificar, como lo demostró su postura inflexible contra los abusos sexuales cometidos por sacerdotes. Tuvo que enfrentarse al estallido de los casos de pederastia, que en su mayor parte se remontaban varias décadas atrás. Benedicto XVI reconoció el dolor de las víctimas, se reunió con ellas en diversas ocasiones, pidió perdón y dio normas estrictas para sancionar y prevenir estos casos, sin ocultarlos. Su Carta a los católicos de Irlanda, en marzo de 2010, es una buena síntesis de su actitud.
Frente a los que piden más reformas estructurales en la Iglesia, Benedicto XVI ha destacado siempre que ninguna reforma será eficaz en la Iglesia si no hay una conversión interior, a la que están llamados todos los fieles. Por eso, indicaba que la convocatoria de el Año de la Fe “es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor”.
En la Misa del pasado Miércoles de Ceniza, ya anunciada su renuncia, ha vuelto a insistir: “También en nuestros días, muchos están listos para ‘rasgarse las vestiduras’ ante escándalos e injusticias –cometidas, naturalmente, por otros–, pero pocos parecen dispuestos a actuar sobre su propio ‘corazón’, sobre su propia conciencia y sobre sus propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta”.
Dialogar con todos
Aunque Benedicto XVI se ha mostrado siempre firme en su defensa de la fe, ha procurado limar asperezas y tender puentes dentro y fuera de la Iglesia. Movido por un afán de unidad, ha intentado atraer a quienes por un motivo u otro se habían apartado de Roma.
Respondiendo a peticiones de sectores anglicanos, no ha tenido inconveniente en ofrecerles dentro de la Iglesia católica un Ordinariato en el que pueden conservar sus tradiciones litúrgicas. Ha intentado atraer a los lefebvrianos, permitiéndoles la liturgia anterior al Vaticano II y levantando la excomunión a los obispos consagrados ilícitamente, pero no ha logrado obtener una respuesta definitiva a su oferta de unidad. En la misma línea, ha intentado superar las divisiones entre “patrióticos” y clandestinos en la Iglesia china, levantando la excomunión a los obispos que reconocen el primado del Papa, aunque hayan sido nombrados por el gobierno.
Hacia fuera de la Iglesia católica, ha seguido el empeño ecuménico y mejorado las relaciones con otras confesiones. Como botón de muestra, el arzobispo ortodoxo Hilarión, responsable de las relaciones exteriores del Patriarcado de Moscú, ha dicho respecto a sus encuentros personales con el Papa: “Me asombró su actitud sosegada y reflexiva, su sensibilidad ante las cuestiones que planteábamos, su deseo de resolver juntos los problemas que surgen en nuestras relaciones”.
También ha sabido dialogar con los no creyentes, invitándoles a hablar en encuentros como el de Asís o en la iniciativa del “Atrio de los gentiles”, algo que ha movido a decir a la escritora francesa Julia Kristeva: “Hemos comprendido que se ha terminado el tiempo de la sospecha” entre creyentes y no creyentes.
Benedicto XVI durante una vigilia en Fátima, Portugal, el 12 de mayo de 2010. CC: M. Mazur
A lo largo de su pontificado, Benedicto XVI ha dejado una serie de líneas maestras, enseñanzas y hasta expresiones que han calado en la vida de la Iglesia. Son ideas madre que han inspirado también decisiones concretas y que el Papa ha intentado inculcar a los católicos y también en sus relaciones con el mundo externo. Destacamos algunas de estas contribuciones.
“Fe y razón se reencuentran de un modo nuevo”
La idea de que fe y razón se necesitan ha sido una de las más recurrentes en el magisterio de Benedicto XVI, de modo especial en su discurso en la Universidad de Ratisbona en 2006. Allí abogó por “ampliar nuestro concepto de razón y de su uso”, para evitar la ceguera de la razón ante los criterios que le dan sentido. “Solo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizontes en toda su amplitud”. A su vez, la fe necesita el diálogo con la razón moderna.
También en el encuentro con el mundo de la cultura, en París, en el Colegio de los Bernardinos, en 2008, volvería sobre este tema: “Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios, sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves”.
“La dictadura del relativismo”
En la homilía que pronunció en la Misa al comienzo del cónclave, como Cardenal Decano, apareció ya la expresión “dictadura del relativismo”, que posteriormente se haría célebre.
“Cuántas doctrinas hemos conocido en estas últimas décadas, cuántas corrientes ideológicas, cuántos modos de pensar… (…) Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es constantemente etiquetado como fundamentalismo. Mientras el relativismo, es decir el dejarse llevar ‘de aquí hacia allá por cualquier viento de doctrina’ [Ef. 4, 14], aparece como la única aproximación a la altura de los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el yo y sus deseos”.
“Nosotros, en cambio, tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Él es la medida del verdadero humanismo. ‘Adulta’ no es la fe que sigue las olas de la moda y la última novedad; adulta y madura es la fe profundamente radicada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo aquello que es bueno y nos da el criterio para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre engaño y verdad”.
Durante su pontificado, ha repetido muchas veces que el hombre es capaz de la verdad y debe buscarla. La verdad necesita criterios para ser verificada y debe ir unida a la tolerancia. Pero el peligro hoy día es que “en nombre de la tolerancia se elimine la tolerancia”. Por ejemplo, declaraba en el libro Luz del mundo, “cuando en nombre de la no discriminación se quiere obligar a la Iglesia católica a modificar su postura frente a la homosexualidad o a la ordenación de mujeres, quiere decir que ella no debe vivir más su propia identidad y que, en lugar de ello, se hace de una abstracta religión negativa un parámetro tiránico al que todo el mundo tiene que adherirse”.
Vaticano II: “La hermenéutica de la reforma”
El modo de entender el Concilio Vaticano II ha sido uno de los temas cruciales de las tensiones en la Iglesia, y algunos han visto una disparidad entre un Ratzinger “liberal” durante el Vaticano II y un Benedicto XVI conservador. El Papa quiso aclarar la “justa interpretación del Concilio”, su hermenéutica, en el discurso que dirigió a la Curia en su primer año de pontificado.
Contrapuso allí la “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura” y la “hermenéutica de la reforma”. La primera, “que con frecuencia se ha valido de la simpatía de los medios de comunicación, y también de una parte de la teología moderna”, “corre el riesgo de acabar en una ruptura entre la Iglesia preconciliar y la Iglesia postconciliar”. Según ella, “no habría que seguir los textos del Concilio, sino su espíritu”, ya que “los textos reflejarían sólo de manera imperfecta el verdadero espíritu del Concilio y su novedad, sería necesario ir audazmente más allá de los textos”. Para el Papa, esto “deja espacio a toda arbitrariedad”.
En cambio, la hermenéutica de la reforma se basa en lo que proponía Juan XXIII al comienzo del Concilio: “Es necesario que esta doctrina cierta e inmutable, que debe ser respetada fielmente, se profundice y presente de manera que corresponda a las exigencias de nuestro tiempo”. Para Benedicto XVI, el Concilio buscaba esta “síntesis de fidelidad y de dinamismo”, de manera especial en tres ámbitos: definir de manera nueva la relación entre fe y ciencia moderna; entre la Iglesia y el Estado moderno; entre la fe cristiana y las religiones del mundo.
“El Concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y algunos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó e incluso corrigió algunas decisiones históricas, pero en esta discontinuidad aparente mantuvo e hizo más profunda su naturaleza íntima y su verdadera identidad. La Iglesia, tanto antes como después del Concilio, es la misma Iglesia una, santa, católica y apostólica, en camino a través de los tiempos”.
Nueva evangelización: “Redescubrir la alegría de creer”
Ante las dificultades que encuentra la fe en una sociedad secularizada, Benedicto XVI ha lanzado una propuesta audaz de nueva evangelización, para lo cual ha creado un dicasterio especial en el Vaticano y ha convocado un Año de la Fe. “El término ‘nueva evangelización’ –dijo en el discurso dirigido a este organismo– recuerda la exigencia de una modalidad renovada de anuncio, sobre todo para aquellos que viven en un contexto, como el actual, donde los desarrollos de la secularización han dejado graves huellas incluso en países de tradición cristiana”.
“La nueva evangelización deberá encargarse de encontrar los caminos para hacer más eficaz el anuncio de la salvación, sin el cual la existencia personal permanece contradictoria y privada de lo esencial. También para quien sigue vinculado a las raíces cristianas, pero vive la difícil relación con la modernidad, es importante hacer que comprenda que ser cristiano no es una especie de vestido que se lleva en privado o en ocasiones particulares, sino que se trata de algo vivo y totalizante, capaz de asumir todo lo que de bueno existe en la modernidad”.
En el documento en que convocaba el Año de la Fe, Benedicto XVI hacía un llamamiento a favor de “una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”.
Necesidad de conversión en la Iglesia
Su amor a la Iglesia no le ha impedido reconocer los males que era necesario rectificar, como lo demostró su postura inflexible contra los abusos sexuales cometidos por sacerdotes. Tuvo que enfrentarse al estallido de los casos de pederastia, que en su mayor parte se remontaban varias décadas atrás. Benedicto XVI reconoció el dolor de las víctimas, se reunió con ellas en diversas ocasiones, pidió perdón y dio normas estrictas para sancionar y prevenir estos casos, sin ocultarlos. Su Carta a los católicos de Irlanda, en marzo de 2010, es una buena síntesis de su actitud.
Frente a los que piden más reformas estructurales en la Iglesia, Benedicto XVI ha destacado siempre que ninguna reforma será eficaz en la Iglesia si no hay una conversión interior, a la que están llamados todos los fieles. Por eso, indicaba que la convocatoria de el Año de la Fe “es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor”.
En la Misa del pasado Miércoles de Ceniza, ya anunciada su renuncia, ha vuelto a insistir: “También en nuestros días, muchos están listos para ‘rasgarse las vestiduras’ ante escándalos e injusticias –cometidas, naturalmente, por otros–, pero pocos parecen dispuestos a actuar sobre su propio ‘corazón’, sobre su propia conciencia y sobre sus propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta”.
Dialogar con todos
Aunque Benedicto XVI se ha mostrado siempre firme en su defensa de la fe, ha procurado limar asperezas y tender puentes dentro y fuera de la Iglesia. Movido por un afán de unidad, ha intentado atraer a quienes por un motivo u otro se habían apartado de Roma.
Respondiendo a peticiones de sectores anglicanos, no ha tenido inconveniente en ofrecerles dentro de la Iglesia católica un Ordinariato en el que pueden conservar sus tradiciones litúrgicas. Ha intentado atraer a los lefebvrianos, permitiéndoles la liturgia anterior al Vaticano II y levantando la excomunión a los obispos consagrados ilícitamente, pero no ha logrado obtener una respuesta definitiva a su oferta de unidad. En la misma línea, ha intentado superar las divisiones entre “patrióticos” y clandestinos en la Iglesia china, levantando la excomunión a los obispos que reconocen el primado del Papa, aunque hayan sido nombrados por el gobierno.
Hacia fuera de la Iglesia católica, ha seguido el empeño ecuménico y mejorado las relaciones con otras confesiones. Como botón de muestra, el arzobispo ortodoxo Hilarión, responsable de las relaciones exteriores del Patriarcado de Moscú, ha dicho respecto a sus encuentros personales con el Papa: “Me asombró su actitud sosegada y reflexiva, su sensibilidad ante las cuestiones que planteábamos, su deseo de resolver juntos los problemas que surgen en nuestras relaciones”.
También ha sabido dialogar con los no creyentes, invitándoles a hablar en encuentros como el de Asís o en la iniciativa del “Atrio de los gentiles”, algo que ha movido a decir a la escritora francesa Julia Kristeva: “Hemos comprendido que se ha terminado el tiempo de la sospecha” entre creyentes y no creyentes.
La religión y la convivencia
La religión contribuye al debate ético en las democracias
En su visita histórica al Parlamento británico en 2010, Benedicto XVI pronunció un discurso que constituye un punto de referencia para analizar las relaciones entre religión y política. Al preguntarse dónde se encuentra la fundamentación ética de las decisiones políticas, el Papa contribuyó a clarificar cuál es el lugar idóneo de la fe en el debate público propio de una sociedad democrática.
Frente a quienes confían en el mero consenso social como criterio suficiente para aprobar unas leyes, el Papa señaló que hay unas reglas éticas que son anteriores y superiores a la vida política, y que la democracia se debilita cuando las ignora. “El papel de la religión en el debate político no es tanto proporcionar dichas normas”, que son accesibles a la razón, y “menos aún proponer soluciones políticas concretas”, sino “ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos”.
“Sin la ayuda correctora de la religión –advirtió Benedicto XVI–, la razón puede ser también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por las ideologías o se aplica de forma parcial en detrimento de la consideración plena de la dignidad de la persona humana”. Pero también es necesario el papel corrector de la razón “frente a expresiones deformadas de la religión, tales como el sectarismo y el fundamentalismo”. “Dichas distorsiones de la religión surgen cuando se presta una atención insuficiente al papel purificador y vertebrador de la razón respecto a la religión”.
Así pues, “se trata de un proceso en doble sentido”. El Papa quiso dejar claro que en el proceso político no debe haber una lucha entre la mentalidad secular y la religiosa en competencia para aplicar sus propias normas en el ámbito civil. “El mundo de la razón y el mundo de la fe –el mundo de la racionalidad secular y el mundo de las creencias religiosas– necesitan uno de otro y no deberían tener miedo de entablar un diálogo profundo y continuo, por el bien de nuestra civilización”.
Derecho: “¿Cómo reconocer lo que es justo?”
Si en el Parlamento británico Benedicto XVI afrontó el problema de la fundamentación ética de las decisiones políticas, en su discurso en el Bundestag alemán en 2011 se preguntó sobre los fundamentos del Derecho: “¿Cómo podemos reconocer lo que es justo? ¿Cómo podemos distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho solo aparente?”.
“Para gran parte de la materia que se ha de regular jurídicamente, el criterio de la mayoría puede ser un criterio suficiente. Pero es evidente que en las cuestiones fundamentales del derecho, en las cuales está en juego la dignidad del hombre y de la humanidad, el principio de la mayoría no basta”. Recordó que los teólogos cristianos nunca han impuesto “al Estado y a la sociedad un ordenamiento jurídico derivado de una revelación”, y en cambio se pusieron “de parte de la filosofía, reconociendo a la razón y la naturaleza, en su mutua relación, como fuente jurídica válida para todos”.
La idea del derecho natural fue rechazada por el empeño de encerrar a “la razón en una visión positivista, que muchos consideran como la única visión científica”. Benedicto XVI reconoció que “la visión positivista del mundo es en su conjunto una parte grandiosa del conocimiento humano”, pero añadió que no es suficiente.
Para reconocer lo que es justo, el Papa propuso volver a “escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a él coherentemente”. “El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando él respeta la naturaleza, la escucha, y cuando se acepta como lo que es, y admite que no se ha creado a sí mismo”.
“La religión es una fuerza de paz”
Frente a quienes piensan que las creencias religiosas llevan dentro de sí un germen de fanatismo y de violencia, Benedicto XVI ha subrayado el valor de la religión como una fuerza positiva y promotora de la construcción de la sociedad civil y política.
El Papa siempre ha condenado cualquier intento de justificar la violencia por motivos religiosos. En la Jornada Mundial de la Paz de 2011 recordó con firmeza que “el fanatismo, el fundamentalismo, las prácticas contrarias a la dignidad humana, nunca se pueden justificar y mucho menos si se realizan en nombre de la religión. La profesión de una religión no se puede instrumentalizar ni imponer por la fuerza”.
Unos meses después, en su encuentro en Asís con los representantes de las religiones del mundo, volvió a insistir en la necesidad de “purificar constantemente la religión” para evitar un uso abusivo y distorsionado de la fe, en claro contraste con su verdadera naturaleza.
En ese encuentro el Papa también se refirió a la violencia motivada por la negación de Dios, que va la par con la pérdida de humanidad. “El ‘no’ a Dios ha producido una crueldad y una violencia sin medida, que ha sido posible solo porque el hombre ya no reconocía norma alguna ni juez alguno por encima de sí, sino que tomaba como norma solamente a sí mismo. Los horrores de los campos de concentración muestran con toda claridad las consecuencias de la ausencia de Dios”.
Frente a los extremos de la religión distorsionada y la anti-religión, Benedicto XVI clama que “la orientación del hombre hacia Dios, vivida rectamente, es una fuerza de paz”. Los creyentes contribuyen a reforzar la cohesión social cuando tienen presente que “el Dios en que nosotros los cristianos creemos es el Creador y Padre de todos los hombres, por el cual todos son entre sí hermanos y hermanas y forman una única familia”.
La religión contribuye al debate ético en las democracias
En su visita histórica al Parlamento británico en 2010, Benedicto XVI pronunció un discurso que constituye un punto de referencia para analizar las relaciones entre religión y política. Al preguntarse dónde se encuentra la fundamentación ética de las decisiones políticas, el Papa contribuyó a clarificar cuál es el lugar idóneo de la fe en el debate público propio de una sociedad democrática.
Frente a quienes confían en el mero consenso social como criterio suficiente para aprobar unas leyes, el Papa señaló que hay unas reglas éticas que son anteriores y superiores a la vida política, y que la democracia se debilita cuando las ignora. “El papel de la religión en el debate político no es tanto proporcionar dichas normas”, que son accesibles a la razón, y “menos aún proponer soluciones políticas concretas”, sino “ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos”.
“Sin la ayuda correctora de la religión –advirtió Benedicto XVI–, la razón puede ser también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por las ideologías o se aplica de forma parcial en detrimento de la consideración plena de la dignidad de la persona humana”. Pero también es necesario el papel corrector de la razón “frente a expresiones deformadas de la religión, tales como el sectarismo y el fundamentalismo”. “Dichas distorsiones de la religión surgen cuando se presta una atención insuficiente al papel purificador y vertebrador de la razón respecto a la religión”.
Así pues, “se trata de un proceso en doble sentido”. El Papa quiso dejar claro que en el proceso político no debe haber una lucha entre la mentalidad secular y la religiosa en competencia para aplicar sus propias normas en el ámbito civil. “El mundo de la razón y el mundo de la fe –el mundo de la racionalidad secular y el mundo de las creencias religiosas– necesitan uno de otro y no deberían tener miedo de entablar un diálogo profundo y continuo, por el bien de nuestra civilización”.
Derecho: “¿Cómo reconocer lo que es justo?”
Si en el Parlamento británico Benedicto XVI afrontó el problema de la fundamentación ética de las decisiones políticas, en su discurso en el Bundestag alemán en 2011 se preguntó sobre los fundamentos del Derecho: “¿Cómo podemos reconocer lo que es justo? ¿Cómo podemos distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho solo aparente?”.
“Para gran parte de la materia que se ha de regular jurídicamente, el criterio de la mayoría puede ser un criterio suficiente. Pero es evidente que en las cuestiones fundamentales del derecho, en las cuales está en juego la dignidad del hombre y de la humanidad, el principio de la mayoría no basta”. Recordó que los teólogos cristianos nunca han impuesto “al Estado y a la sociedad un ordenamiento jurídico derivado de una revelación”, y en cambio se pusieron “de parte de la filosofía, reconociendo a la razón y la naturaleza, en su mutua relación, como fuente jurídica válida para todos”.
La idea del derecho natural fue rechazada por el empeño de encerrar a “la razón en una visión positivista, que muchos consideran como la única visión científica”. Benedicto XVI reconoció que “la visión positivista del mundo es en su conjunto una parte grandiosa del conocimiento humano”, pero añadió que no es suficiente.
Para reconocer lo que es justo, el Papa propuso volver a “escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a él coherentemente”. “El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando él respeta la naturaleza, la escucha, y cuando se acepta como lo que es, y admite que no se ha creado a sí mismo”.
“La religión es una fuerza de paz”
Frente a quienes piensan que las creencias religiosas llevan dentro de sí un germen de fanatismo y de violencia, Benedicto XVI ha subrayado el valor de la religión como una fuerza positiva y promotora de la construcción de la sociedad civil y política.
El Papa siempre ha condenado cualquier intento de justificar la violencia por motivos religiosos. En la Jornada Mundial de la Paz de 2011 recordó con firmeza que “el fanatismo, el fundamentalismo, las prácticas contrarias a la dignidad humana, nunca se pueden justificar y mucho menos si se realizan en nombre de la religión. La profesión de una religión no se puede instrumentalizar ni imponer por la fuerza”.
Unos meses después, en su encuentro en Asís con los representantes de las religiones del mundo, volvió a insistir en la necesidad de “purificar constantemente la religión” para evitar un uso abusivo y distorsionado de la fe, en claro contraste con su verdadera naturaleza.
En ese encuentro el Papa también se refirió a la violencia motivada por la negación de Dios, que va la par con la pérdida de humanidad. “El ‘no’ a Dios ha producido una crueldad y una violencia sin medida, que ha sido posible solo porque el hombre ya no reconocía norma alguna ni juez alguno por encima de sí, sino que tomaba como norma solamente a sí mismo. Los horrores de los campos de concentración muestran con toda claridad las consecuencias de la ausencia de Dios”.
Frente a los extremos de la religión distorsionada y la anti-religión, Benedicto XVI clama que “la orientación del hombre hacia Dios, vivida rectamente, es una fuerza de paz”. Los creyentes contribuyen a reforzar la cohesión social cuando tienen presente que “el Dios en que nosotros los cristianos creemos es el Creador y Padre de todos los hombres, por el cual todos son entre sí hermanos y hermanas y forman una única familia”.
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