Marinero en el Altiplano

Marinero en el Altiplano

Zompo y chirranchas de Roque igual a pito y espada de Galiana

García Martínez
GARCÍA MARTÍNEZ
A nadie le gusta que se le mueran sus cercanías. Pero todavía será peor si ha de suceder en un paisaje, como este de ahora, tan raro y enrarecido. No es que no puedas (o no debas) acudir a un cumplimiento funerario. Es que se te rompe en pedazos la posibilidad de una sencilla despedida. Primero, junto a la cama del que agoniza. Y, luego, que tampoco puedes aparecer en las exequias. En el mismo pueblo y la misma iglesia mayor de toda la vida, donde tantas celebraciones habías compartido con el que se va.
Un primo mío, pero sobre todo amigo (digamos que muy particular), se acaba de morir. Y aquí me tienes escribiéndole este no sé qué. Pero con un desasosiego muy grande, pues no logras conllevar una sensación que te incomoda tanto. Hablo de la sujeción que te imponen unos tiempos tan extraños, que frenan (o incluso impiden) la libre y tradicional manifestación de los sentimientos. Ni para darle un adiós último y cercano a quien abandona este mundo, después de haber luchado con tanta entereza contra esa otra pandemia (más subrepticia) que es el cáncer.
Gracias a Roque Pastor pude acceder, cuando aún no tenía yo la 'edad reglamentaria', a la propiedad de un zompo y unas chirranchas. Era el equivalente al pito y la espada que con tanto brío sardinero cantó otro entrañable, que también se acaba de ir sin mayor compaña que la tan escasa que permite la situación. Roquico (o Poli) siendo un crío aún menor que yo, compuso para mí, en la carpintería de su padre (ebanista de vuelo alto y corazón grande) la peonza que yo haría rumbar, entusiasmado por la proeza, desde la simple cordonera de un zapato. Y después me hizo las chirranchas. Dos palos de olorosa madera, uno dentado y otro que lucía hojalatas de pandero, para acompañar los villancicos del maestro Julián Santos en las 'misas de gozo'.
En una Jumilla sin otro mar que los brillos que se vislumbran en los amaneceres (desde arribica del Carche), se destapó el zagal como pintiparado 'carpintero de ribera', fabricando interiores de lujosas embarcaciones que soñaban singladuras maravillosas.
Marinero en tierra altiplana. Y tan señor.

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