Esto es todo.


Ayer estuve viendo un reportaje sobre los últimos momentos de la vida de Michael Jackson, un documental de tantos que han aparecido. No por sabido me dejó indiferente. Volvió a desconcertarme, a inquietarme. Michael Jackson era drogadicto. En sus últimos años estaba enganchado a no sé cuántas drogas que le estimulaban para proporcionarle esa energía en el escenario, para aliviarle dolores, para mantenerle “eléctrico". Pero esta fuerza hacía que no pudiera dormir. Así que también tomaba calmantes para dormir. Tomó una droga que se inyecta para anestesiar en los hospitales, el “propofol”. A mí me la pusieron para anestesiarme cuando me hicieron una endoscopia. Es fulminante. Te duermes al instante. Y te despiertas sin dolor de cabeza, sin ninguna secuela o efecto secundario.  Su médico particular le suministró “propofol” 60 noches seguidas. Esto hizo que los pulmones sufrieran de tal manera que no podían proporcionar oxígeno al cerebro ni al corazón. Sus pulmones se “durmieron”, y con ellos, todo el cuerpo. Su última noche fue de locura. A cada hora se le suministraba un calmante, y al no poder dormir, cada vez más dosis, más intoxicación. Estaba en juego la gira “This is it”, ya que debía 400 millones de dólares. Económicamente necesitaba hacerla. Su médico también cobraría, por lo que se saltó todos los protocolos y códigos éticos. Incluso en el juicio al médico, la autopsia de Michael Jackson reveló que, además de lo suministrado por el doctor, el propio Michael se había automedicado con más dosis. Es increíble que haya podido aguantar tanto. Es llamativo que una persona con tanto talento para la música haya podido haberse rodeado de personas que no le ayudaban demasiado, llevándolo hacia su trágico final. El 25 de junio de 2009 falleció, tres semanas antes del comienzo de su gira.

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