La tiranía de los niños.





Carta a un padre de un alumno del instituto:

 

¡Amigo mío! ¿Qué es eso de que a ver si tiene que venir a tirarme de las orejas? ¿se da cuenta de que somos personas adultas, y que aquí no se admite la violencia física ni verbal? ¿no se da cuenta de que los niños mienten a veces? ¿no se da cuenta de que su hijo le ha mentido, y no le he puesto un dedo encima ni le he insultado? Lo que le ha dicho su hijo es absolutamente falso. Le he gritado, claro, y le he humillado delante de sus colegas, y eso no le ha gustado. Le he gritado, porque es un desobediente y un maleducado.


Pero no es para que usted le siga la corriente, por el amor de Dios. Así usted lo está malcriando. Si le dejamos hacer lo que quiera, si no obedece a los profesores, nos va a despreciar, ya lo está haciendo, a la autoridad y a todos, y no va a haber nadie que lo arregle.


Lo que no podemos los profesores es soportar a aquellos niñatos de 12 años que nos pierdan el respeto. “Estate quieto, para ya, deja de hablar, deja de molestar al compañero”, decimos clase tras clase. Es la profesión del maestro la que se tambalea. El profesor no puede hacer su trabajo, que es enseñar. Y cuando hay mala educación y faltas de respeto al profesor, éste, con firmeza, debe actuar con decisión. “Ponte ahí, sal de la clase, voy a llamar a tu casa, te tengo que poner una amonestación”. Y si esto no funciona, toca expulsar al alumno. Tiene que ser así.


“No quiero hacerte caso”. ¿Esto qué es? Y si encima el padre prefiere hacer caso antes al chico que a los profesores, o peor aún, jefatura de estudios pone en el mismo peso de la balanza al palabra del muchacho que la del profesor, entonces no vamos bien. La misión de jefatura de estudios es proteger a los profesores de las embestidas de los padres. Al jefe de estudios le toca parar la riada, el agua descontrolada que arrasa lo que pilla, y que tanto destroza, a nivel afectivo y sicológico en el profesor. De esta forma se van creando pequeños monstruitos, y cuando llegan a bachillerato son ingobernables.


Su hijo es un chico que miente, que no tiene respeto, y se ríe del profesor. Si encima se siente respaldado, no hay quien lo pare. ¿Cuántas veces ha sido amonestado? ¿Para qué sirve el aula de convivencia, sino para castigar aún más al profesor? El profesor tiene otras muchas cosas más importantes que hacer que estar aguantando a tres gamberretes, que se lo están pasando en grande, sin dar clase, que no escarmientan de nada y no mejoran en su actitud. Le ruego, por el bien de su hijo, que apoye las decisiones de los profesores, y busquemos entre todos un mejor entendimiento.

 

Francisco Amós Tomás Pastor

Comentarios

Entradas populares de este blog

El agua y la música en Carlos Blanco Fadol

La canción de Shakira habla de 5 temas… y no solo de Piqué

Verano 2021 Familia Tomás Ilina