La mota de polvo en el ojo ajeno.

Lo primero que piensas cuando, estando en el parque balanceando a tu hijo en el columpio, y oyes a una señora que está sentada a pocos metros que te grita: "¡¡¡no puedo verlo, no puedo verlo, que lo tiras, que se va a dar la vuelta el crío y se va a caer, no puedo verlo...!!!", lo primero que piensas es: "no aguanto a estas madres histéricas". Pongo sonrisa de circunstancias, digo en voz alta que no, que no se cae, que lo tengo agarrado... lo primero que se me ocurre ante el desconcierto. Después no puedo dejar de pensar en este pequeño acontecimiento. Una señora me ha increpado: "¡¡eres su padre, pero no llevas cuidado"!!

Llevo seis años llevando a mis hijos al parque. Sé hasta dónde puedo llegar con los columpios, toboganes y demás mobiliario urbano, y sobre todo, si hay alguien en el mundo que se preocupa más por mi hijo soy yo. Tenía que haberme acercado a la señora y decirle todo esto educadamente, y que se metiera en sus asuntos, y que cuidara de sus hijos, que en esos momentos no estaban con ella a su lado. ¿Me pongo a gritar al padre que lleva a su hijo pequeño en la moto? ¿le corto el paso a ese padre que va en bicicleta con sus hijos pequeños detrás en sendas bicis, por el centro de la ciudad? ¿impediría a un padre o una madre dejar que se lo lleve a hacer rafting o tirolina o a dormir en tienda de campaña por miedo a los bichos? ¿No es todo esto objetivamente más peligroso?

Tengo que contenerme y mirar hacia otro lado, al lado de mi hijo, participando en su diversión, arrancado a cada momento una sonrisa, y con suerte, carcajadas, tranquilo, pensando con orgullo de padre que he vivido con él esos momentos, irrepetibles, únicos, en su crecimiento personal, al lado de su padre, el que más le quiere, el que más le cuida.

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